{ RELATOS }
Relatos de encuentros, pérdidas, de instantes que perduran o se pierden, algunas fábulas que Sherezade no hubiera desdeñado y mucha gente diversa contando sus diversas historias.
{ ART NOIR }
Aquí encontraréis la revista completa para su descarga en distintos formatos. PDF interactivo (recomendada), que da una idea exacta de cómo quedaría impresa. Epub maquetado, que reproduce la revista para tablets. Y para los que solo gustan de la palabra y quieren la comodidad de llevarlo en su móvil o tablet como solo texto, añadimos una versión complementaria en formato ePub o Mobi (Kindle). En cualquiera de las versiones esperamos que la disfrutéis.
{ POESÍA }
Un espacio poético buscando su propio tiempo poético. Como decía el viejo rapsoda griego: «Los poetas no buscan palabras, lo que buscan es su voz». Aquí encontraréis algunas.
{ OTROS DILUVIOS }
De otros diluvios nos llegan fotografías, nos llegan palabras sobre pintura, nos llegan ilustraciones… y a nosotros nos hace feliz tanta inundación.
{ART NOIR } - A modo de presentación
Del motel cuelga un luminoso que chisporrotea a intervalos precisos. Si alguien desde el exterior de la galaxia lo viese pensaría en un código emitido por vida inteligente a millones de años luz. Pero nadie lo verá. Apenas lo ven los conductores que llegan y toman ese desvío buscando una gasolinera de urgencia. Los recibe ese luminoso averiado, de un verde esperanza sucio, que zumba como un insecto enloquecido ante la luz.
Hoy ha llegado una persona sola. Nadie se pregunta por qué siempre son los solitarios, pues la razón es obvia. Nadie en su sano juicio traería a su pareja a un motel semiabandonado en la última esquina del mundo. El hombre de mirada triste ha llegado de madrugada. El recepcionista de la entrada ojeaba una revista porno. En realidad la lee. El tiempo en los moteles da para mucho; para ir a la ciudad, hacer acopio de revistas guarras y leerlas luego, con paciencia, con el puente de las gafas apoyado a la altura de las aletas de la nariz, todo en ese preciso orden y disposición. El hombre de la recepción levanta la mirada, extrañado. En realidad eso cree el visitante —nunca llegará a saber que en realidad el rostro del hombre muestra ese gesto de pasmo desde su infancia, como si le acabasen de comunicar que en Alpha Centauri coleccionan cromos de la Real Sociedad.
El cliente ha pedido una habitación. Se irá antes del anochecer, pero no, no le importa pagar la noche, sí, sí, lo hará en efectivo. El pasmado recoge los billetes, los cuenta lentamente, busca las llaves de la habitación sin siquiera girarse y regresa a su lectura. El hombre deja el sombrero y el maletín sobre la cama. Podría ser un personaje de Hopper o un viajante, pero nunca tuvo dinero para un abrigo decente, ni casas solariegas, y hace años eligió los viajes de la imaginación. Coge una silla, la única disponible. La mesita de noche está vacía, desangelada, que dicen, pero él ha traído su ángel con asa, la máquina de escribir. Ya nadie lleva una máquina de escribir, nadie aporrea las cuarenta y ocho teclas como aldabas a las puertas de la página. Pero también es cierto que nadie visita moteles abandonados como en el otro siglo, ese otro siglo donde nació. No es nostalgia —al fin y al cabo quién recuerda haber nacido. Parece que uno viva desde siempre, bastan apenas unos pocos años para sentir algo parecido a la inmortalidad. Ese es el truco. Hacer creer a los demás que son inmortales mientras leen tu historia. Morir un poco para que vivan los demás. Todo escritor sabe que la realidad es una ficción mal escrita, reescribirla es mi deber. Alguien lo dijo, ya no recuerda quién, probablemente él mismo cuando aún era otro.
Esa habitación —que parece amueblada para que solo la habite la nada— se puebla de personajes y paisajes. La literatura solo la entiende así: no nace de la luz, es una esperanza bastarda, un motel de paso en la periferia de la existencia, una mesita que tiembla bajo el peso de las teclas y allá afuera —invisible, indiferente—, un océano de gente. Cuando termine de escribir regresará todo a su sitio. La nada es animal de costumbres, necesita su espacio, un hogar donde habitar su propia luz, su propia penumbra. El hombre de la entrada le guiña el ojo al salir. Pone (deja) su cara de extrañado. Las hojas escritas esa tarde tiemblan dentro del maletín, ateridas por el viento que desciende de alguna remota colina.
El hombre de mirada triste, detenido en la puerta, mira el mar. Un mar en medio de ese desierto, cuyo rumor produce un zumbido insistente, como un insecto enloquecido ante la luz. Allá afuera, la tarde se ha poblado lentamente de palabras y de peces.
{ RELATOS }
– Caracol, de Sol Redondo
– Ventanas en la noche, de Pedro J. Lacort
– Derrapando con el Delorean, de Bansan
– El Sr. Marcus, de Estefanía González
– Retrocausalidad, de Gabriel Noguera
– Tres citas y un cuento, de Carlos Aymí
– El segundo lugar, de Jorge Laespada
– Cartas a Elisa, de Silvia Amezcua
– Contratiempo, de Pasamonte
– Sadem, de Juan Viudo
– El viaje más suave, de Germán Muñoz
{ POESÍA }
– Carmen Beltrán
– Laura Distoppia
– Enrique Cabezón
– Joan Masip
– Vicente Llorente
– José Luis Abarán
– Maritza Velasco
{ OTROS DILUVIOS }
– Objetos y azares, de Sonia Márpez
– Puentes, de Pepe Gómez
– El Cementerio del Bosque, de Lucía Barranco
– Minotauro, de Mónica Falque
– De Asterión y otros laberintos, de Rafael García
– Catapumba la portera, de Pilar Delgado
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